¿Cómo reconocer la verdadera religión? Autor: | Fuente: www.algunasrespuestas.com | |
LA RELIGIÓN VERDADERA • A. Una sola religión. • B. ¿Cómo reconocer la verdadera religión? A. Una sola religión verdadera 1. Requisitos para encontrar la verdadera religión.- Quien no conoce la religión verdadera y desea encontrarla debe cumplir un requisito imprescindible: buscar. Y esto exige varias condiciones: o Aceptar la existencia de Dios.- Si esto no se admite, se rechazarán todas las religiones. o Aceptar que hay un solo Dios.- Si hubiera varios dioses, cada uno tendría su religión. Pero no es posible que haya varios omnipotentes, ni varios seres perfectos (¿en qué perfección se diferencian?). o Aceptar que Dios es bueno.- Y en consecuencia ayuda a sus criaturas a encontrar el camino de la felicidad. Por tanto, debe existir una religión verdadera que contenga los mandatos, consejos y dones que hacen feliz al hombre. o Finalmente, para encontrar la religión verdadera es preciso buena voluntad y buena conducta, pues los malos hábitos dificultan encontrar la verdad. 2. ¿La religión verdadera es única? Todas las religiones buscan el bien del hombre acercándole a Dios. Todas abarcan áreas más o menos amplias de verdad, pero sólo una es completamente cierta pues sólo hay un único Dios: Entre las religiones hay puntos de contacto y de divergencia. Algunos planteamientos son tan opuestos que no pueden ser a la vez válidos. Por ejemplo, si una religión permite tener dos mujeres a la vez y otra lo considera una falta grave, una de las dos se confunde. Si una religión es verdadera, las demás no lo son. No quiere decirse que sean malvadas ni completamente falsas: simplemente no son la verdadera. B. ¿Cómo reconocer la verdadera religión? Para saber si una religión es equivocada hay varios aspectos clarificadores: 1. Analizar la doctrina, considerando estas ideas: o Son evidentemente falsas las religiones que uno se inventa. Quien rechaza las doctrinas para aprobar un comportamiento en base a su propia opinión, se convierte en inventor de religiones y una religión inventada es sin duda falsa, aunque desde luego sean ideas respetables. o La religión verdadera debe ir acorde con la dignidad de la naturaleza humana. Su doctrina debe ser ejemplar. o La religión verdadera debe ser válida para todos los hombres. Pues Dios creó y ama a todos. De donde nacen dos consecuencias: - Las religiones nacionalistas o racistas no van bien encaminadas. - La religión verdadera debe abarcar todas las épocas de la historia, sin excluir a los antiguos. De ahí que las religiones relativamente modernas deberían explicar suficientemente cómo pueden salvarse los que murieron antes. 2. Considerar la práctica, teniendo en cuenta lo siguiente: o No sirve analizar la vida de unos miembros, ni de unos jefes, pues en todas las religiones ha habido personas y jefes poco dignos. En cambio, sí sería válido estudiar las vidas y comportamientos que esa religión considera ejemplares. o También es argumento válido analizar la vida del fundador, pues él habrá recibido más dones de Dios para transmitir a los demás lo que deben practicar. Si el fundador llevó una vida poco ejemplar, su religión no es admisible. o En particular, y es asunto curioso, basta fijarse en la vida sexual del fundador. Normalmente, quien se autoinventa una religión, también se autoinventa excusas para satisfacer sus gustos sexuales. 3. ¿Los milagros y profecías ayudan a reconocer la verdadera religión? Está claro que sólo Dios o los enviados por Él pueden hacer milagros, por tanto los milagros y profecías son una ayuda importante para reconocer la verdadera religión. Sin embargo, conviene evitar excesos y defectos; es decir, hay que reconocer el milagro cuando realmente se produce. En este punto es interesante ver si el fundador -enviado de Dios- realizó milagros. Respondiendo a varias preguntas, diremos que Mahoma y Buda no hicieron milagros. Tampoco Lutero los hizo (los protestantes no lo consideran fundador, sino personaje destacado). 4. ¿Puede usarse la Biblia para descubrir la religión verdadera? La Biblia posee un gran valor histórico y religioso. Sobre todo, leer la vida de Cristo presta gran servicio espiritual y cultural: los evangelios son una lectura que no debería faltar. La Biblia también puede ser útil para distinguir la religión verdadera, si se lee con rectitud de corazón. 5. ¿Cómo empezar? ¿Qué camino es el mejor para buscar a Dios? La humildad y la oración: pedir humildemente al Señor su ayuda para encontrarlo. 6. ¿Cuántas religiones hay? El ser humano siempre busca a Dios, y desea conocer el modo de agradarle. Por esto, hay miles de religiones, y muchas con varios dioses. Si nos decidimos por buscar religiones que aceptan un sólo Dios, entonces el campo se reduce y se queda en tres grandes grupos: las religiones cristianas, el islam y el judaísmo. Cada grupo con subdivisiones. El budismo no es propiamente una religión sino más bien una filosofía, pues no hace referencia a Dios. 7. Una ventaja del cristianismo.- Cualquier religión establece modos de comportarse que benefician al hombre porque orientan su actuación. El cristianismo, además de aportar consejos valiosos, añade gracias divinas que ayudan al hombre interiormente: son principalmente los sacramentos. Dentro del cristianismo, los protestantes han desestimado bastante estas ayudas divinas, que ortodoxos y católicos conservan. 8. ¿Y para usted cuál es la religión verdadera? Algunos me lo han preguntado, y otros quizá quieran abreviar su búsqueda orientados por mi consejo. En mi caso no hay dudas en este asunto: busquen la religión católica. 9. ¿Qué textos bíblicos muestran a la religión católica como verdadera? Hacen esta pregunta desde Argentina, y la respuesta es muy amplia porque hay muchos textos bíblicos. Podemos ordenarlos en tres grupos: o Textos que muestran a Jesucristo como verdadero Dios. o Textos que muestran que Jesucristo eligió doce apóstoles sobre los que fundó su Iglesia. Y tomó a Pedro como fundamento y pastor de su Iglesia. o Textos que muestran a los apóstoles como elegidos por Dios, después de la marcha de Cristo. Los sucesores de los apóstoles continúan esa misión y conducen la Iglesia de Cristo, bajo la dirección del sucesor de Pedro. Si quieres comunicarte con el autor de este artículo, escribe un mensaje aijuez@ideasrapidas.org |
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Deus caritas est
Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;
Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;
Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.
Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo;
Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro;
Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado.
Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos;
Cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien; Cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos.
Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite de mi comprensión;
Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender;
Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona.
Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos;
Dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día, también nuestro amor misericordioso, imagen del tuyo.
-Madre Teresa de Calcuta M.C.
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sábado, 31 de julio de 2010
La Verdadera Religión
Encuentro de Acólitos - Prelatura de Yauyos
Movimiento de Cursillos de Cristiandad - Quilmaná Cañete
Jornada Prelaticia de Juventud 2010 (Prelatura de Yauyos)
Fotos de Quilmaná (Cañete)
sábado, 24 de julio de 2010
Tener fe
TENER FE
Tener fe es “ACEPTAR” lo que Dios permite en nuestra vida aunque no lo entendamos, aunque no nos guste. Si tuviéramos la capacidad de ver el fin desde el principio tal como Él lo ve, entonces podríamos saber por qué a veces conduce nuestra vida por sendas extrañas y contrarias a nuestra razón y a nuestros deseos.
Tener fe es “DAR” cuando no tenemos, cuando nosotros mismos necesitamos. La fe siempre saca algo valioso de lo aparentemente inexistente; puede hacer que brille el tesoro de la generosidad en medio de la pobreza y el desamparo, llenando de gratitud tanto al que recibe, como al que da.
Tener fe es “CREER” en lugar de recurrir a la duda, que es lo más fácil. Si la llama de la confianza se extingue, entonces ya no queda más remedio que entregarse al desánimo. Para muchos creer en nuestras bondades, posibilidades y talentos, tanto como en los de nuestros semejantes, es la energía que mueve la vida hacia grandes derroteros. Pero todavía hay una forma mas elevada de creer. Saber que nuestra vida está en las manos de Dios y que Él es quien cuida de nosotros.
Tener fe es “GUIAR, DIRIGIR” nuestra vida, pero no con la vista, sino con el corazón. La razón necesita muchas evidencias para arriesgarse, el corazón necesita sólo un rayo de esperanza. Las cosas más bellas y grandes que la vida nos regala no se pueden ver, ni siquiera palpar, sólo se pueden acariciar con el espíritu.
Tener fe es “LEVANTARSE” cuando se ha caído. Los reveses y fracasos en cualquier área de la vida nos entristecen, pero es más triste quedarse lamentándose en el frío suelo de la autocompasión, atrapado por la frustración y la amargura.
Tener fe es “ARRIESGAR” todo a cambio de un sueño, de un amor, de un ideal. Nada de lo que merece la pena en esta vida puede lograrse sin esa dosis de sacrificio que implica desprenderse de algo o de alguien, a fin de adquirir eso que mejore nuestro propio mundo y el de los demás.
Tener fe es “VER” positivamente hacia adelante, no importa cuán incierto parezca el futuro o cuán doloroso el pasado. Quien tiene fe hace del hoy un fundamento del mañana y trata de vivirlo de tal manera que cuando sea parte de su pasado, pueda verlo como un grato recuerdo.
Tener fe es “CONFIAR” pero confiar no sólo en las cosas y en las personas, sino en el Dios que obra, actúa y habla a través de las personas. Muchos confían en lo material, pero viven relaciones huecas con sus semejantes. Cierto que siempre habrá gente que lastime y traicione tu confianza, así que lo que tienes que hacer es seguir confiando y sólo ser más cuidadoso con aquel en quien confías dos veces.
Tener fe es “BUSCAR” lo imposible: sonreír cuando tus días se encuentran nublados y tus ojos se han secado de tanto llorar. Tener fe es no dejar nunca de desnudar tus labios con una sonrisa, ni siquiera cuando estés triste, porque nunca sabes cuándo tu sonrisa puede dar luz y esperanza a la vida de alguien que se encuentre en peor situación que la tuya.
Tener fe es “ANDAR” por los caminos de la vida de la misma forma en que lo hace un niño. Tomados de la mano de nuestro padre. Tener fe es dejar nuestros problemas en manos de DIOS y arrojarnos a sus brazos antes que al abismo de la desesperación. Fe es descansar en Él para que nos cargue, en vez de cargar nosotros nuestra propia colección de problemas.
“Que en tu vida haya suficiente fe para afrontar y esperar que las situaciones difíciles cambien, y la necesaria humildad para aceptar que muchas veces el que tiene que cambiar, eres tú”
Los verdaderos milagros
Tres personas iban caminando por el bosque. Uno era un sabio con fama de hacer milagros, otro un poderoso terrateniente del lugar y el tercero, que iba detrás de ellos escuchando la conversación, era un joven estudiante, alumno del sabio.
El poderoso terrateniente se retiró muy desilusionado por no haber encontrado lo que buscaba.
Cuando el poderoso terrateniente estaba lejos, el sabio se dirigió a la orilla del camino, tomó a un conejo enfermo y herido, sopló sobre él y sus heridas quedaron curadas; el joven estaba algo desconcertado.
“No puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros que se te muestran día a día. El día que aprendas a reconocer a Dios en todas las pequeñas cosas que ocurren en tu vida, ese día comprenderás que no necesitas más milagros que los que Dios te da todos los días sin que tú se los hayas pedido”
Juventud, propósitos de vida concretos
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En defensa de la vida y la familia
El viernes 16 de julio, el Cardenal Juan Luis Cipriani exhortó a los fieles a ser los primeros defensores de la vida, desde el primer instante de la concepción, hasta la muerte natural. Estas reflexiones las dirigió en su ponencia “Desafíos de la Caritas in Veritate en la Nueva Evangelización de Arequipa”, en el simposio teológico – histórico que se desarrolló en el auditorio del Colegio de Abogados de Arequipa, en el marco de las celebraciones por los 400 años de fundación de dicha diócesis.
“Urge que todos los miembros de la Iglesia apuesten por el Evangelio de la vida, porque al defender la vida humana, que es sagrada desde sus inicios, la Iglesia defiende al más pobre e inocente, que es el concebido, no nacido”, exhortó.
Del mismo modo, invitó a todos los fieles a esforzarnos porque nuestras familias sean verdaderas “iglesias domésticas” que promuevan valores y eduquen a los hijos en el amor y la fe.
“La nueva Evangelización empieza por la familia. Por eso, es necesario concentrar todos los esfuerzos posibles para que la familia sea una comunidad evangelizada y evangelizadora. Estimo que aún debemos trabajar más en la formación doctrinal, moral y espiritual de las familias cristianas. En este sentido, los padres de familia tienen un rol esencial”, señaló.
La familia fundada en el matrimonio
Asimismo, recordó la urgente necesidad de establecer políticas que promuevan la centralidad y la integridad de la familia fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, célula primordial y vital de la sociedad.
En estos tiempos en que la familia es constantemente atacada, el Arzobispo de Lima recordó que la familia expresa esa dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito natural donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral.
Asimismo recordó que muchos de los problemas de seguridad, pandillaje y violencia social se pueden resolver si la familia educa a sus miembros en valores. “Los problemas que constatamos en nuestra sociedad de pandillas, drogadicción, delincuencia juvenil, etc., ¿no son acaso un llamado de atención para que las familias cumplan mejor su misión formativa? Estimo que aún debemos trabajar más en la formación doctrinal, moral y espiritual de las familias cristianas”, reflexionó.
Puede acceder a la ponencia completa del Cardenal Cipriani aquí.
Espiritualidad sacerdotal: mis consejos sencillos y sinceros
Recordé antes que Jesucristo ha manifestado en sí mismo el rostro perfecto y definitivo del sacerdocio de la nueva Alianza, y que lo ha hecho en su vida terrena, pero sobre todo en el acontecimiento central de su pasión, muerte y resurrección. Él eligió a los Apóstoles, y Él sigue eligiendo a los sacerdotes, como sacramentos vivientes de Cristo sacerdote, presente y actuante en el mundo, para alabanza de la gracia de Dios y salvación de todos los hombres. Sí, somos sacerdotes, con un sacerdocio singular que es el mismo sacerdocio único y universal de Jesucristo.
Nosotros ejercemos este ministerio desde la debilidad. Debilidad de nuestra propia carne, porque somos vasijas de barro que nos podemos romper en cualquier momento, y debilidad de Dios en el mundo, que no ha querido actuar con su omnipotencia creadora sino con la fuerza del amor, de un amor que sirve, que respeta, un amor que calla y se deja matar para vencer la incredulidad y el orgullo de los hombres. La fuerza de nuestro ministerio está en la verdad y el poder de Dios que está en Cristo y actúa poderosamente en El y por El, transformando todas las realidades de nuestro mundo por medio del amor. Somos marginados y despreciados en muchas ocasiones, pero tenemos en nuestro poder la única fuerza capaz de transformar el mundo, la verdad del evangelio de la salvación, la fuerza del Espíritu Santo de Dios. Unos nos piden maravillas espectaculares, otros sabiduría y eficacia. Nosotros tenemos que anunciar siempre la bondad y el amor de Dios, manifestados en Cristo crucificado como centro y norma y esperanza de la vida humana, personal y colectiva (Cf I C, 1, 22-25; II C cc. 4 y 5).
La Iglesia de Jesucristo ha sido siempre débil y despreciable a los ojos del mundo. No nos tiene que sorprender lo que ahora estamos viviendo, a veces sin saberlo interpretar ni acoger cristianamente. Pero esta debilidad es más fuerte que todos los poderes del mundo, la locura de la cruz, porque es la locura del amor, es más sabia que la sabiduría de los sabios de este mundo, la debilidad del crucificado, porque tiene la fuerza del amor de Dios, es más fuerte que la fuerza de todos los imperios de este mundo. En estos momentos de dificultades Dios quiere que recuperemos la claridad y la fuerza de los orígenes. No soy quien para dar consejos a nadie, pero sí puedo manifestaros lo que en el ocaso de mi vida he podido descubrir con mi propia experiencia. He aquí unos consejos sencillos y sinceros que pueden ayudarnos a vivir con gozonuestra vocación y asegurar el fruto de nuestro ministerio.
Pongamos nuestro corazón enteramente en Jesucristo. Ningún plan, ningún proyecto, ninguna obra podrán vencer la fuerza del mal si no partimos de un amor resuelto y total por N. Señor Jesucristo, sin que sea El realmente el Señor y el dueño de nuestra vida. Sólo un amor total nos permite llegar a conocer la voluntad de Dios en la vida real. No valen los amores recortados, ni las entregas dosificadas. Hay que entrar del todo en la mente y en el mundo de Jesús. No busquéis nada, ni reconocimientos, ni afectos, ni promociones, ni comodidades, ni éxitos de ninguna clase sino el amor de Cristo. Quedáos ya ahora desnudos de todo con El en el servicio del Padre y de su Iglesia. Ahora ya como en el momento de la muerte.
Que sea El el modelo permanente, la única aspiración de nuestra vida, vivamos con El y como El, como los Apóstoles, hagamos comunidad con el Señor, comunidad de oración, comunidad de fondo común y de pobreza y de amor a los pobres, comunidad de disponibilidad y de servicios, comunidad de valentía y de profetismo, vivamos con El la muerte a todas las cosas de este mundo y la vida de amor escondida en el corazón del Padre celestial. Que nuestra parroquia, que nuestra Iglesia sea de verdad una comunidad de hermanos presidida por el mismo Jesús, por medio del Obispo y de nosotros mismos sus primeros colaboradores. Si queremos salir del decaimiento y recuperar el vigor religioso de nuestras iglesias, obispos y sacerdotes tenemos que volver a la disciplina estricta del seguimiento evangélico de Jesús, tenemos que reproducir con claridad la fuerza testimoniante de los tiempos apostólicos.
Del todo de Cristo en la Iglesia. No se puede definir la naturaleza y la misión del sacerdocio ministerial si no es dentro de un multiforme y rico conjunto de relaciones que brotan de la Santísima Trinidad y se prolongan en la comunión de la Iglesia, como signo e instrumento, en Cristo, de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano. Por ello, la eclesiología de comunión resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el Pueblo de Dios y en el mundo. La referencia a la Iglesia es pues necesaria, aunque no prioritaria, en la definición de la identidad del presbítero.
En efecto, la Iglesia está esencialmente relacionada con Jesucristo: es su plenitud, su cuerpo, su esposa. Es el «signo» y el «memorial» vivo de su presencia permanente y de su acción entre nosotros y para nosotros. El presbítero encuentra la plena verdad de su identidad en ser una derivación, una participación específica y una continuación del mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote de la nueva y eterna Alianza: es una imagen viva y transparente de Cristo sacerdote. El sacerdocio de Cristo, expresión de su absoluta «novedad» en la historia de la salvación, constituye la única fuente y el paradigma insustituible del sacerdocio del cristiano y, en particular, de la vida del presbítero. La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de nuestro ser y nuestra vida sacerdotales. (Pastores dabo vobis, n. 12).
Y este encuentro con Cristo nos lo ofrece sólo y siempre la Iglesia, la Iglesia una, santa y católica, la Iglesia de los Apóstoles, de los Padres, de los Doctores y de los Mártires. La Iglesia de los santos de todos los lugares y de todos tiempos es la que nos da de verdad a Jesús, la que nos hace a todos hermanos, la que nos encomienda esta misión excelsa de hacer presente en todas partes el sacerdocio de Jesús, por eso no la podemos sustituir ni equiparar por ningún grupo, por ninguna familia, por ninguna clasificación que nos separe y nos haga parecer mejores que los demás. No se puede ser del todo de Jesucristo, sin ponerse enteramente en manos de la Iglesia, del Obispo, de los Obispos y del Papa. No se puede servir la fe de los demás si no lo hacemos en nombre y en comunión con la Iglesia. Quien soy yo para decir cómo tiene que ser el cristianismo?
Hagamos presente esta hermandad y esta presidencia de Jesús entre los hombres y mujeres de carne y hueso, mediante el sacramento de la Eucaristía intensamente vivido, trabajemos para que la Eucaristía dominical sea realmente el encuentro de todos sus discípulos con el Señor, para escuchar su Palabra, para unirnos espiritualmente con El comiendo su carne y bebiendo su sangre, limpios de pecado y consagrados a Dios, ofrecidos a Dios en un sacrificio de amor y de obediencia, para hacer verdad en un abrazo de paz y en una convivencia de hermanos el don de la reconciliación y de la fraternidad universal.
Hagamos que la Eucaristía dominical sea el cimiento de nuestra Iglesia y el fermento de un mundo nuevo y diferente construido día a día por los cristianos según la voluntad de Dios, Padre de todos los hombres. Una buena Eucaristía requiere varias horas de trabajo, estudio, oración, confesionario.
Dejemos a un lado los pequeños y vergonzosos pecados de nuestros egoísmos, de nuestras vanidades, de nuestras pretensiones y divisiones, que cesen las críticas, que se terminen las envidias, que se callen los pequeños resentimientos, que se calmen las falsas euforias de los personalismos y las amargas decepciones de las pequeñas ambiciones frustradas. En la convivencia de cada día, los mayores tenemos que ser benévolos y pacientes con los más jóvenes ayudándoles a madurar y a crecer en su ministerio sin decepcionarles ni transmitirles nunca sentimientos de desaliento o desconfianza. El Papa evoca con agradecimiento la persona de su primer párroco cuando comenzó a actuar como joven sacerdote.
Pongamos por delante el amor del Señor, pongamos por delante el servicio apasionado al evangelio, pongamos por delante la necesidad espiritual de nuestras familias, la urgente necesidad de nuestros jóvenes, el desconcierto de tanta gente buena que necesita de nosotros y espera y tiene derecho a recibir de nosotros la palabra de Jesús, la experiencia de su amor y de su perdón, la urgencia y el aliento de su ejemplo, de su corrección, de su ayuda sincera, el consuelo y la fuerza de su esperanza. Venzamos las tentaciones de comodismo, de desaliento, de cansancio, que son siempre tentaciones de falta de amor y de confianza en el Señor, pongamos la vida entera en servir al Señor con entusiasmo y con alegría para que su Palabra ilumine la vida de nuestros feligreses y el ambiente de nuestros pueblos y ciudades, para que el Espíritu de Dios cambie los corazones de nuestra gente, para que nuestras parroquias y asociaciones sean fermento de un mundo nuevo, construido sobre el cimiento de la fe en el amor de Dios, un mundo en el que Dios sea reconocido y alabado como Padre de vida y fuente de esperanza eterna, un mundo en el que sea posible la justicia y la paz en el reconocimiento de la ley de Dios, Padre de todos los hombres.
El Obispo con su Presbiterio, los Presbíteros con el Obispo, forman en la Iglesia la primera comunidad de creyentes, el primer núcleo de los discípulos de Jesús. Cuando después de la ordenación, el presbítero promete obediencia a su Obispo, el Obispo también queda comprometido a ser padre y hermano de cada uno de sus presbíteros. Ese amor se tiene que ver en la solicitud de unos por otros, en la obediencia común a la voluntad del Señor y a las necesidades del Pueblo de Dios, sin críticas, sin particularismos, sin reticencias de ninguna clase. Vivimos cerca unos de otros y por eso mismo el amor verdadero resulta a veces más difícil y más sacrificado. La santidad personal y la fecundidad religiosa de nuestro ministerio dependen en buena parte de esta unidad afectiva y efectiva entre el Obispo y los miembros del Presbiterio. Si nuestra vida es de verdad sacerdotal, tengamos en cuenta que nuestro sacerdocio exige la convergencia de todos en la unidad con Cristo que es la fuente de la unidad de la Iglesia, una unidad que la tenemos que construir y vivir nosotros, en la vida de cada día, con el amor y la obediencia.
La vida y el ministerio del presbítero serán a la vez muy personales y muy eclesiales. Estrechamente unido al Obispo, el presbítero tendrá que presidir y animar la vida de varias comunidades, centrándose en las tareas esenciales e incorporando a su trabajo a otras personas, diáconos o laicos que quieran participar activamente en la misión apostólica y evangelizadora de la Iglesia. El ministerio del obispo y el de los presbíteros tendrá que estar inserto en una red de colaboradores que amplíen y sostenga la presencia y la acción evangelizadora de la Iglesia.
Nuestros fieles viven un poco angustiados al ver la creciente debilidad de la Iglesia en nuestra sociedad, y nos preguntan con frecuencia cómo será la Iglesia del futuro. No es fácil responder honestamente a esta pregunta, nadie puede saber lo que ocurrirá en el futuro. Sólo hay una cosa segura, Dios nos irá diciendo lo que tenemos que hacer por medio de las necesidades de los hermanos, por medio de las debilidades y las carencias de nuestra propia Iglesia. Fijándonos en lo que ahora está ya ocurriendo, vemos dos rasgos que cada vez aparecen como más necesarios.
Cada vez son más escasos los signos de la presencia de Dios en el mundo, cada vez los hombres y mujeres son menos sensibles a estos signos que nunca pueden faltar del todo, por eso el sacerdote de los años próximos tendrá que ser cada vez más testimoniante, más discípulo, con una vida más evangélica, más parecida a la de Jesús, más imitador de la vida de Jesús con sus discípulos, dedicado a la oración y al anuncio del Reino de Dios, viviendo en pobreza, con desprendimiento de las cosas y de los bienes terrenos, desentendido de las oportunidades de la buena vida que ofrece nuestro mundo, un hombre de Dios, al servicio de todos, con austeridad monacal y generosidad de buen samaritano, signo viviente de la presencia y de la generosa bondad de Dios en el mundo.
Por otra parte, en un mundo que se olvida de Dios, dominado por las ocupaciones y las ambiciones de la vida material, nuestro ministerio tendrá que centrarse cada vez más en el anuncio de lo substancial, el anuncio de la existencia, de la providencia amorosa de dios, el anuncio de su salvación que está en la persona histórica y concreta de Cristo. En este mundo de tantos silencios tenemos que volver a ser la voz potente del profeta que grita en el desierto la presencia de Dios.
Nuestro ministerio tiene que ser cada vez más la palabra profética que descubre la presencia de Dios, que señala a Cristo como camino de vida y de salvación. No podemos dejar que nuestra vida se disgregue en mil solicitudes materiales sin vivir intensamente lo principal. Frente a la problemática de la sociedad y de la cultura contemporánea, tenemos que replantearnos seriamente nuestro estilo de vida y clarificar las prioridades de nuestro ministerio ante las nuevas necesidades de nuestros hermanos. El presbítero del tercer milenio será, en este sentido, el continuador de los presbíteros que, en los milenios precedentes, han animado la vida de la Iglesia. También en el dos mil la vocación sacerdotal continuará siendo la llamada a vivir el único y permanente sacerdocio de Cristo.
Pero la vida y el ministerio del sacerdote deben también a cada época y a cada ambiente de vida. Entendiendo que “adaptarse” no es asumir las formas de vida de nuestro mundo, no es condescender con los gustos y exigencias del mundo, sino recuperar aquellas formas del ministerio de Cristo que mejor respondan a las necesidades y carencias de nuestros hermanos. Por ello, por nuestra parte debemos abrirnos a la iluminación superior del Espíritu Santo, para descubrir las necesidades espirituales más profundas de nuestra sociedad, determinar las tareas concretas más importantes, los métodos pastorales más eficaces y así responder de manera adecuada a las esperanzas humanas Cf Pastores dabo vobis, n. 4).
Quiero incorporar aquí las palabras que el Santo Padre dirigió a los sacerdotes con ocasión de la fiesta de Navidad. Son unas palabras verdaderamente paternales que hablan de corazón a corazón.
«La oración ocupa necesariamente un sitio central en la vida del Presbítero. No es difícil entenderlo, porque la oración cultiva la intimidad del discípulo con su Maestro, Jesucristo. Todos sabemos que cuando ella falta la fe se debilita y el ministerio pierde contenido y sentido. La consecuencia existencial para el Presbítero será aquella de tener menos alegría y menos felicidad en el ministerio de cada día. Es como si, en el camino del seguimiento a Cristo, el Presbítero, que camina junto a otros, comenzase a retardarse siempre más y de esta manera se alejase del Maestro, hasta perderlo de vista en el horizonte. Desde este momento, se encuentra perdido y vacilante.
«San Juan Crisóstomo, comentando en una homilía la Primera Carta de San Pablo a Timoteo, advierte sabiamente: “El diablo interfiere contra el pastor. Esto es, si matando las ovejas el rebaño disminuye, eliminando al pastor, él destruirá al rebaño entero”. El comentario hace pensar en muchas de las situaciones actuales. El Crisóstomo advierte que la disminución de los pastores hace y hará disminuir siempre más el número de los fieles de la comunidad. Sin pastores, nuestras comunidades quedarán destruidas.
«Pero quisiera hablar aquí de la necesidad de la oración para que, como dice el Crisóstomo, los Pastores venzan al diablo y no sean cada vez menos. Verdaderamente sin el alimento esencial de la oración, el Presbítero enferma, el discípulo no encuentra la fuerza para seguir al Maestro y, de esta manera, muere por desnutrición. Consecuentemente su rebaño se pierde y, a su vez, muere.
«Cada Presbítero, pues, tiene una referencia esencial a la comunidad eclesial. Él es un discípulo muy especial de Jesús, quien lo ha llamado y, por el sacramento del Orden, lo ha configurado a sí, como Cabeza y Pastor de la Iglesia. Cristo es el único Pastor, pero ha querido hacer partícipe de su ministerio a los Doce y a sus Sucesores, por medio de los cuales también los Presbíteros, aunque en grado inferior, participan de este sacramento, de tal manera que también ellos llegan a participar en modo propio al ministerio de Cristo, Cabeza y Pastor. Esto comporta una unión esencial del Presbítero a la comunidad eclesial. El no puede hacer menos de esta responsabilidad, dado que la comunidad sin pastor muere. Como Moisés, el Presbítero debe quedarse con los brazos alzados hacia el cielo en oración para que el pueblo no perezca.
«Por esto, el Presbítero debe permanecer fiel a Cristo y fiel a la comunidad; tiene necesidad de ser hombre de oración, un hombre que vive en la intimidad con el Señor. Además, tiene la necesidad de encontrar apoyo en la oración de la Iglesia y de cada cristiano. Las ovejas deben rezar por su pastor. Pero cuando el mismo Pastor se da cuenta de que su vida de oración resulta débil es entonces el momento de dirigirse al Espíritu Santo y pedir con el ánimo de un pobre. El Espíritu volverá a encender la pasión y el encanto hacia el Señor, que se encuentra siempre allí y que quiere cenar con él. Junto al pesebre, el Niño Jesús non invita a renovar hacia El aquella intimidad de amigo y de discípulo para poder enviarnos de nuevo como sus evangelizadores».
por Mons. Sebastián
La Palabra del Domingo -25 de julio de 2010 - Mi cáliz lo beberéis
Mateo 20, 20-28: Mi cáliz lo beberéis
COMENTARIO
Ser discípulo de Cristo
La humana voluntad de los hijos de Zebedeo era, no debemos engañarnos al respecto, la que era: querían cierto tipo de mando, cierto poder que, a la vista de lo que habían vivido al lado del Maestro, sería grande.
Tampoco podemos decir que actuaran de forma distinta a cómo lo hubiera hecho otra persona. Sin embargo, lo más curioso del asunto es que no son ellos los que le piden a Jesús tener una situación, digamos, privilegiada sino que tuvo que ser su madre la que intercediera por aquellos a los que Jesús, por su ímpetu, llamara Boanerges (algo así como truenos o hijos del trueno)
A lo mejor creía la madre de Juan y Santiago que el Reino de Jesús iba a serlo de este mundo y por eso le pedía al Enviado que sus hijos se sentaran a su derecha y a su izquierda que era como pedir que compartieran su poder con ellos.
Sin embargo, como tal no era la realidad de las cosas se tendrían que conformar con la verdad:también tendrían que sufrir como sufriría Jesús.
Ellos, sin embargo, aceptan tal destino y, así, se hacen discípulos hasta las últimas consecuencias: dicen sí y aquel Fiat lo han de cumplir. De hecho, lo van a cumplir. Lo otro, la situación de cada cual en la eternidad es, como bien dice Jesús según lo tenga “preparado” su Padre.
Era de esperar que los demás discípulos se indignaran en contra de Juan y Santiagoporque ¡Cómo osaban aquellos dos pedir tal cosa sin consultarles! Y es que ya sabemos que la ambición desmedida es todo lo contrario a una virtud.
Pero el diálogo que Jesús mantiene con los que discutían acerca del poder y de lo que cada cual quería mandar les pone, por decirlo así, en el punto exacto de la doctrina cristiana y de lo que debe ser un discípulo de Cristo: servir y el servicio.
Seguramente aún no tenían claro qué es lo que tenían que hacer para seguir, con exactitud y fidelidad, a Quien les había enseñado tanto o, al menos, había intentado hacerlo. Por eso cuando desgrana aquella gran verdad que consiste en decir que quien ostenta el poder tiene tendencia a abusar del mismo les transmite qué deben hacer ellos.
¡Qué difícil seguir aquellas indicaciones de Jesús!: quien quiera ser el primero, sea el último y, entonces, sirva a los demás como él mismo lo haría lavándoles los pies en la cena previa a su Pasión (pues aquello que les decía era un aviso de lo por venir); quien quiera ser grande que sea esclavo de los demás…
Y, sin embargo, eso no lo decía por decir ni por hacer una frase bien hecha y que pudiera caer más o menos bien. Al contrario, como para certificar que lo que decía era importante se pone como ejemplo: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”.
Con tal expresión les daba a entender cuál debía ser su forma de actuar a lo largo del resto de sus vidas y cuál debería ser la principal doctrina a transmitir.
Al fin y al cabo, ser discípulo de Cristo es hacer como Él hizo o, como también se ha dicho, ser alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, el mismo Cristo.
PRECES
Por aquellos que no quieren llevar a sus vidas la que lo fue de Jesucristo.
Roguemos al Señor.
ORACIÓN
Padre Dios; ayúdanos a comprender el proceder de Tu Hijo para, al menos, tratar de imitarlo.
Gracias, Señor, por poder transmitir esto
El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.
Eleuterio Fernández Guzmán
viernes, 16 de julio de 2010
"Feminismo" católico
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