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sábado, 31 de julio de 2010

La Verdadera Religión

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¿Cómo reconocer la verdadera religión?

Autor: | Fuente: www.algunasrespuestas.com

LA RELIGIÓN VERDADERA

• A. Una sola religión.
• B. ¿Cómo reconocer la verdadera religión?

A. Una sola religión verdadera

1. Requisitos para encontrar la verdadera religión.- Quien no conoce la religión verdadera y desea encontrarla debe cumplir un requisito imprescindible: buscar. Y esto exige varias condiciones:

o Aceptar la existencia de Dios.- Si esto no se admite, se rechazarán todas las religiones.
o Aceptar que hay un solo Dios.- Si hubiera varios dioses, cada uno tendría su religión. Pero no es posible que haya varios omnipotentes, ni varios seres perfectos (¿en qué perfección se diferencian?).
o Aceptar que Dios es bueno.- Y en consecuencia ayuda a sus criaturas a encontrar el camino de la felicidad. Por tanto, debe existir una religión verdadera que contenga los mandatos, consejos y dones que hacen feliz al hombre.
o Finalmente, para encontrar la religión verdadera es preciso buena voluntad y buena conducta, pues los malos hábitos dificultan encontrar la verdad.

2. ¿La religión verdadera es única? Todas las religiones buscan el bien del hombre acercándole a Dios. Todas abarcan áreas más o menos amplias de verdad, pero sólo una es completamente cierta pues sólo hay un único Dios: Entre las religiones hay puntos de contacto y de divergencia. Algunos planteamientos son tan opuestos que no pueden ser a la vez válidos. Por ejemplo, si una religión permite tener dos mujeres a la vez y otra lo considera una falta grave, una de las dos se confunde. Si una religión es verdadera, las demás no lo son. No quiere decirse que sean malvadas ni completamente falsas: simplemente no son la verdadera.

B. ¿Cómo reconocer la verdadera religión?

Para saber si una religión es equivocada hay varios aspectos clarificadores:

1. Analizar la doctrina, considerando estas ideas:

o Son evidentemente falsas las religiones que uno se inventa. Quien rechaza las doctrinas para aprobar un comportamiento en base a su propia opinión, se convierte en inventor de religiones y una religión inventada es sin duda falsa, aunque desde luego sean ideas respetables.
o La religión verdadera debe ir acorde con la dignidad de la naturaleza humana. Su doctrina debe ser ejemplar.
o La religión verdadera debe ser válida para todos los hombres. Pues Dios creó y ama a todos. De donde nacen dos consecuencias:
- Las religiones nacionalistas o racistas no van bien encaminadas.

- La religión verdadera debe abarcar todas las épocas de la historia, sin excluir a los antiguos. De ahí que las religiones relativamente modernas deberían explicar suficientemente cómo pueden salvarse los que murieron antes.

2. Considerar la práctica, teniendo en cuenta lo siguiente:

o No sirve analizar la vida de unos miembros, ni de unos jefes, pues en todas las religiones ha habido personas y jefes poco dignos. En cambio, sí sería válido estudiar las vidas y comportamientos que esa religión considera ejemplares.
o También es argumento válido analizar la vida del fundador, pues él habrá recibido más dones de Dios para transmitir a los demás lo que deben practicar. Si el fundador llevó una vida poco ejemplar, su religión no es admisible.
o En particular, y es asunto curioso, basta fijarse en la vida sexual del fundador. Normalmente, quien se autoinventa una religión, también se autoinventa excusas para satisfacer sus gustos sexuales.

3. ¿Los milagros y profecías ayudan a reconocer la verdadera religión? Está claro que sólo Dios o los enviados por Él pueden hacer milagros, por tanto los milagros y profecías son una ayuda importante para reconocer la verdadera religión. Sin embargo, conviene evitar excesos y defectos; es decir, hay que reconocer el milagro cuando realmente se produce. En este punto es interesante ver si el fundador -enviado de Dios- realizó milagros. Respondiendo a varias preguntas, diremos que Mahoma y Buda no hicieron milagros. Tampoco Lutero los hizo (los protestantes no lo consideran fundador, sino personaje destacado).

4. ¿Puede usarse la Biblia para descubrir la religión verdadera? La Biblia posee un gran valor histórico y religioso. Sobre todo, leer la vida de Cristo presta gran servicio espiritual y cultural: los evangelios son una lectura que no debería faltar. La Biblia también puede ser útil para distinguir la religión verdadera, si se lee con rectitud de corazón.

5. ¿Cómo empezar? ¿Qué camino es el mejor para buscar a Dios? La humildad y la oración: pedir humildemente al Señor su ayuda para encontrarlo.

6. ¿Cuántas religiones hay? El ser humano siempre busca a Dios, y desea conocer el modo de agradarle. Por esto, hay miles de religiones, y muchas con varios dioses. Si nos decidimos por buscar religiones que aceptan un sólo Dios, entonces el campo se reduce y se queda en tres grandes grupos: las religiones cristianas, el islam y el judaísmo. Cada grupo con subdivisiones. El budismo no es propiamente una religión sino más bien una filosofía, pues no hace referencia a Dios.

7. Una ventaja del cristianismo.- Cualquier religión establece modos de comportarse que benefician al hombre porque orientan su actuación. El cristianismo, además de aportar consejos valiosos, añade gracias divinas que ayudan al hombre interiormente: son principalmente los sacramentos. Dentro del cristianismo, los protestantes han desestimado bastante estas ayudas divinas, que ortodoxos y católicos conservan.

8. ¿Y para usted cuál es la religión verdadera? Algunos me lo han preguntado, y otros quizá quieran abreviar su búsqueda orientados por mi consejo. En mi caso no hay dudas en este asunto: busquen la religión católica.

9. ¿Qué textos bíblicos muestran a la religión católica como verdadera? Hacen esta pregunta desde Argentina, y la respuesta es muy amplia porque hay muchos textos bíblicos. Podemos ordenarlos en tres grupos:

o Textos que muestran a Jesucristo como verdadero Dios.
o Textos que muestran que Jesucristo eligió doce apóstoles sobre los que fundó su Iglesia. Y tomó a Pedro como fundamento y pastor de su Iglesia.
o Textos que muestran a los apóstoles como elegidos por Dios, después de la marcha de Cristo.

Los sucesores de los apóstoles continúan esa misión y conducen la Iglesia de Cristo, bajo la dirección del sucesor de Pedro.


Si quieres comunicarte con el autor de este artículo, escribe un mensaje aijuez@ideasrapidas.org

Encuentro de Acólitos - Prelatura de Yauyos

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Como todos los años hoy se llevó a cabo la jornada de la A.D.A, en el Seminario Menor "Nuestra Señora de Valle", nuestros acólitos también se hicieron presentes.
Acólitos de Quilmaná




Movimiento de Cursillos de Cristiandad - Quilmaná Cañete

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El Domingo pasado se llevó a cabo en nuestra Parroquia - la Ultrella zonal - participarón los hermanos de Cerro Alegre, Cerro Azul, San Vicente, etc.


Jornada Prelaticia de Juventud 2010 (Prelatura de Yauyos)

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Hoy se dio inicio a la IV Jornada de la Juventud, nuestra Parroquia está representada por la delegación de jóvenes de la Asociación San Josemaría de Quilmaná.

Fotos de Quilmaná (Cañete)

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Comarto con uds. algunas tomas de la Parroquia de Quilmaná.






sábado, 24 de julio de 2010

Tener fe

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TENER FE

Tener fe es “ACEPTAR” lo que Dios permite en nuestra vida aunque no lo entendamos, aunque no nos guste. Si tuviéramos la capacidad de ver el fin desde el principio tal como Él lo ve, entonces podríamos saber por qué a veces conduce nuestra vida por sendas extrañas y contrarias a nuestra razón y a nuestros deseos.

Tener fe es “DAR” cuando no tenemos, cuando nosotros mismos necesitamos. La fe siempre saca algo valioso de lo aparentemente inexistente; puede hacer que brille el tesoro de la generosidad en medio de la pobreza y el desamparo, llenando de gratitud tanto al que recibe, como al que da.

Tener fe es “CREER” en lugar de recurrir a la duda, que es lo más fácil. Si la llama de la confianza se extingue, entonces ya no queda más remedio que entregarse al desánimo. Para muchos creer en nuestras bondades, posibilidades y talentos, tanto como en los de nuestros semejantes, es la energía que mueve la vida hacia grandes derroteros. Pero todavía hay una forma mas elevada de creer. Saber que nuestra vida está en las manos de Dios y que Él es quien cuida de nosotros.

Tener fe es “GUIAR, DIRIGIR” nuestra vida, pero no con la vista, sino con el corazón. La razón necesita muchas evidencias para arriesgarse, el corazón necesita sólo un rayo de esperanza. Las cosas más bellas y grandes que la vida nos regala no se pueden ver, ni siquiera palpar, sólo se pueden acariciar con el espíritu.

Tener fe es “LEVANTARSE” cuando se ha caído. Los reveses y fracasos en cualquier área de la vida nos entristecen, pero es más triste quedarse lamentándose en el frío suelo de la autocompasión, atrapado por la frustración y la amargura.

Tener fe es “ARRIESGAR” todo a cambio de un sueño, de un amor, de un ideal. Nada de lo que merece la pena en esta vida puede lograrse sin esa dosis de sacrificio que implica desprenderse de algo o de alguien, a fin de adquirir eso que mejore nuestro propio mundo y el de los demás.

Tener fe es “VER” positivamente hacia adelante, no importa cuán incierto parezca el futuro o cuán doloroso el pasado. Quien tiene fe hace del hoy un fundamento del mañana y trata de vivirlo de tal manera que cuando sea parte de su pasado, pueda verlo como un grato recuerdo.

Tener fe es “CONFIAR” pero confiar no sólo en las cosas y en las personas, sino en el Dios que obra, actúa y habla a través de las personas. Muchos confían en lo material, pero viven relaciones huecas con sus semejantes. Cierto que siempre habrá gente que lastime y traicione tu confianza, así que lo que tienes que hacer es seguir confiando y sólo ser más cuidadoso con aquel en quien confías dos veces.

Tener fe es “BUSCAR” lo imposible: sonreír cuando tus días se encuentran nublados y tus ojos se han secado de tanto llorar. Tener fe es no dejar nunca de desnudar tus labios con una sonrisa, ni siquiera cuando estés triste, porque nunca sabes cuándo tu sonrisa puede dar luz y esperanza a la vida de alguien que se encuentre en peor situación que la tuya.

Tener fe es “ANDAR” por los caminos de la vida de la misma forma en que lo hace un niño. Tomados de la mano de nuestro padre. Tener fe es dejar nuestros problemas en manos de DIOS y arrojarnos a sus brazos antes que al abismo de la desesperación. Fe es descansar en Él para que nos cargue, en vez de cargar nosotros nuestra propia colección de problemas.

“Que en tu vida haya suficiente fe para afrontar y esperar que las situaciones difíciles cambien, y la necesaria humildad para aceptar que muchas veces el que tiene que cambiar, eres tú”

Los verdaderos milagros

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Tres personas iban caminando por el bosque. Uno era un sabio con fama de hacer milagros, otro un poderoso terrateniente del lugar y el tercero, que iba detrás de ellos escuchando la conversación, era un joven estudiante, alumno del sabio.

El terrateniente comentó:
-Me han dicho en el pueblo que eres una persona muy poderosa y que eres capaz de hacer milagros.
-Soy una persona vieja y cansada... ¿Cómo crees que yo podría hacer milagros?, respondió el sabio.
-Me han dicho que sanas a los enfermos, haces ver a los ciegos y vuelves cuerdos a los locos. Esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso.
-¡Ah! ¿Te refieres a eso?, dijo el sabio.
-Tú mismo lo has dicho, esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso, no un viejo como yo. Esos milagros los hace Dios, yo sólo le pido a Él que le conceda un favor al enfermo, o al ciego; todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo.
-Yo quiero tener la misma fe que tú, para poder realizar los milagros que haces. Muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios.
-¿Volvió a salir el sol esta mañana? preguntó el sabio.
-¡Claro que sí!, exclamó el poderoso terrateniente.
-Pues ahí tienes el milagro de la luz.
-No, yo quiero ver un verdadero milagro, haz que se oculte el sol, saca agua de una piedra, sana a un animal herido tocándole con tu mano. Algo así quiero ver.
-¿Quieres un verdadero milagro? ¿No es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace algunos días?".
-Sí, fue un varón y es mi primogénito, respondió el terrateniente.
-Ahí tienes el segundo milagro, el milagro de la vida.
-Sabio, tú no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro.
-Fíjate bien, estamos en época de cosecha, ¿No hay trigo dónde hace unos meses sólo había tierra?
-Sí, igual que todos los años.
-Pues ahí tienes el tercer milagro.
-Creo que no me he explicado bien, lo que yo quiero... el sabio le interrumpió.
-Te has explicado bien, pero yo ya he hecho todo lo que podía hacer por ti. Si no encontraste lo que buscabas, lamento desilusionarte, pero no puedo hacer más.

El poderoso terrateniente se retiró muy desilusionado por no haber encontrado lo que buscaba.

Cuando el poderoso terrateniente estaba lejos, el sabio se dirigió a la orilla del camino, tomó a un conejo enfermo y herido, sopló sobre él y sus heridas quedaron curadas; el joven estaba algo desconcertado.

El joven dijo: Maestro, te he visto hacer milagros como éste casi todos los días, ¿Por qué te negaste a mostrarle uno al caballero?, ¿Por qué lo haces ahora que no puede verlo?
-Lo que él buscaba no era un milagro, era un espectáculo. Le mostré tres milagros y no pudo apreciarlos. Para ser maestro, primero hay que ser alumno.

“No puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros que se te muestran día a día. El día que aprendas a reconocer a Dios en todas las pequeñas cosas que ocurren en tu vida, ese día comprenderás que no necesitas más milagros que los que Dios te da todos los días sin que tú se los hayas pedido”

Juventud, propósitos de vida concretos

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En su programa “Diálogo de fe”, del sábado 24 de julio, el Cardenal Juan Luis Cipriani animó a todos los jóvenes a diseñarse una agenda propia, teniendo un programa de vida concreto con metas y propósitos, reconociendo a Dios como nuestro “Gran amigo”.

“Juventud, hacer un diagnóstico para su vida, ¿sé a dónde ir, de dónde vengo, a dónde voy?, no estés en una agenda anónima donde otros te programan la vida como quieren”, comentó.

Del mismo modo lamentó que en el mundo de hoy se escuche la palabra “tolerancia”, pero no “perdón”; se escuche la palabra “diálogo”, pero no “verdad”, por ello exhortó a proponer un diálogo en la verdad, sin descalificar, ni insultar, pero con principios claros.

En otro momento, reconoció que las cosas buenas requieren un sufrimiento y un esfuerzo que nos permiten desarrollarnos y ser mejores personas.

Asimismo, recomendó a la juventud reconocer que el ser humano necesita de los demás. “En esa agenda propia es fundamental que lleguemos a una conclusión, solo no puedo hacer nada en la vida”, señaló.

“Hay una cultura que te va aislando, como si tú solo pudieras crecer y mejorar. Una de las grandes tareas para esa agenda es dejar de lado esa autosuficiencia, “yo soy independiente”. Descubre y acepta tus debilidades, que necesitas de tu esposa, de tu esposo, de los demás”, continuó.

Finalmente, invitó a reconocer que el desafío de encontrar una agenda propia supone un esfuerzo, una elección de buenas amistades e ir al encuentro de Dios, “el gran amigo”.

“Mejora tu relación con Dios. ¿Aceptas que Dios es tu creador? Dios ha contado con tus padres, ellos en su amor conyugal han sido instrumento de amor por el cual la creación de un alma nueva hace que yo viva. Si tu quieres que en tu agenda esté esa confianza en quién es Dios, entonces seguirás creyendo en Él a lo largo de la vida”, culminó.

http://www.arzobispadodelima.org





En defensa de la vida y la familia

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El viernes 16 de julio, el Cardenal Juan Luis Cipriani exhortó a los fieles a ser los primeros defensores de la vida, desde el primer instante de la concepción, hasta la muerte natural. Estas reflexiones las dirigió en su ponencia “Desafíos de la Caritas in Veritate en la Nueva Evangelización de Arequipa”, en el simposio teológico – histórico que se desarrolló en el auditorio del Colegio de Abogados de Arequipa, en el marco de las celebraciones por los 400 años de fundación de dicha diócesis.

“Urge que todos los miembros de la Iglesia apuesten por el Evangelio de la vida, porque al defender la vida humana, que es sagrada desde sus inicios, la Iglesia defiende al más pobre e inocente, que es el concebido, no nacido”, exhortó.

Del mismo modo, invitó a todos los fieles a esforzarnos porque nuestras familias sean verdaderas “iglesias domésticas” que promuevan valores y eduquen a los hijos en el amor y la fe.

“La nueva Evangelización empieza por la familia. Por eso, es necesario concentrar todos los esfuerzos posibles para que la familia sea una comunidad evangelizada y evangelizadora. Estimo que aún debemos trabajar más en la formación doctrinal, moral y espiritual de las familias cristianas. En este sentido, los padres de familia tienen un rol esencial”, señaló.

La familia fundada en el matrimonio

Asimismo, recordó la urgente necesidad de establecer políticas que promuevan la centralidad y la integridad de la familia fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, célula primordial y vital de la sociedad.

En estos tiempos en que la familia es constantemente atacada, el Arzobispo de Lima recordó que la familia expresa esa dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito natural donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral.

Asimismo recordó que muchos de los problemas de seguridad, pandillaje y violencia social se pueden resolver si la familia educa a sus miembros en valores. “Los problemas que constatamos en nuestra sociedad de pandillas, drogadicción, delincuencia juvenil, etc., ¿no son acaso un llamado de atención para que las familias cumplan mejor su misión formativa? Estimo que aún debemos trabajar más en la formación doctrinal, moral y espiritual de las familias cristianas”, reflexionó.

Puede acceder a la ponencia completa del Cardenal Cipriani aquí.

http://www.arzobispadodelima.org/

Espiritualidad sacerdotal: mis consejos sencillos y sinceros

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En la fiesta de San José, Custodio del Redentor, Nuestro Señor Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote.

Recordé antes que Jesucristo ha manifestado en sí mismo el rostro perfecto y definitivo del sacerdocio de la nueva Alianza, y que lo ha hecho en su vida terrena, pero sobre todo en el acontecimiento central de su pasión, muerte y resurrección. Él eligió a los Apóstoles, y Él sigue eligiendo a los sacerdotes, como sacramentos vivientes de Cristo sacerdote, presente y actuante en el mundo, para alabanza de la gracia de Dios y salvación de todos los hombres. Sí, somos sacerdotes, con un sacerdocio singular que es el mismo sacerdocio único y universal de Jesucristo.

Nosotros ejercemos este ministerio desde la debilidad. Debilidad de nuestra propia carne, porque somos vasijas de barro que nos podemos romper en cualquier momento, y debilidad de Dios en el mundo, que no ha querido actuar con su omnipotencia creadora sino con la fuerza del amor, de un amor que sirve, que respeta, un amor que calla y se deja matar para vencer la incredulidad y el orgullo de los hombres. La fuerza de nuestro ministerio está en la verdad y el poder de Dios que está en Cristo y actúa poderosamente en El y por El, transformando todas las realidades de nuestro mundo por medio del amor. Somos marginados y despreciados en muchas ocasiones, pero tenemos en nuestro poder la única fuerza capaz de transformar el mundo, la verdad del evangelio de la salvación, la fuerza del Espíritu Santo de Dios. Unos nos piden maravillas espectaculares, otros sabiduría y eficacia. Nosotros tenemos que anunciar siempre la bondad y el amor de Dios, manifestados en Cristo crucificado como centro y norma y esperanza de la vida humana, personal y colectiva (Cf I C, 1, 22-25; II C cc. 4 y 5).

La Iglesia de Jesucristo ha sido siempre débil y despreciable a los ojos del mundo. No nos tiene que sorprender lo que ahora estamos viviendo, a veces sin saberlo interpretar ni acoger cristianamente. Pero esta debilidad es más fuerte que todos los poderes del mundo, la locura de la cruz, porque es la locura del amor, es más sabia que la sabiduría de los sabios de este mundo, la debilidad del crucificado, porque tiene la fuerza del amor de Dios, es más fuerte que la fuerza de todos los imperios de este mundo. En estos momentos de dificultades Dios quiere que recuperemos la claridad y la fuerza de los orígenes. No soy quien para dar consejos a nadie, pero sí puedo manifestaros lo que en el ocaso de mi vida he podido descubrir con mi propia experiencia. He aquí unos consejos sencillos y sinceros que pueden ayudarnos a vivir con gozonuestra vocación y asegurar el fruto de nuestro ministerio.

  • Pongamos nuestro corazón enteramente en Jesucristo. Ningún plan, ningún proyecto, ninguna obra podrán vencer la fuerza del mal si no partimos de un amor resuelto y total por N. Señor Jesucristo, sin que sea El realmente el Señor y el dueño de nuestra vida. Sólo un amor total nos permite llegar a conocer la voluntad de Dios en la vida real. No valen los amores recortados, ni las entregas dosificadas. Hay que entrar del todo en la mente y en el mundo de Jesús. No busquéis nada, ni reconocimientos, ni afectos, ni promociones, ni comodidades, ni éxitos de ninguna clase sino el amor de Cristo. Quedáos ya ahora desnudos de todo con El en el servicio del Padre y de su Iglesia. Ahora ya como en el momento de la muerte.

    Que sea El el modelo permanente, la única aspiración de nuestra vida, vivamos con El y como El, como los Apóstoles, hagamos comunidad con el Señor, comunidad de oración, comunidad de fondo común y de pobreza y de amor a los pobres, comunidad de disponibilidad y de servicios, comunidad de valentía y de profetismo, vivamos con El la muerte a todas las cosas de este mundo y la vida de amor escondida en el corazón del Padre celestial. Que nuestra parroquia, que nuestra Iglesia sea de verdad una comunidad de hermanos presidida por el mismo Jesús, por medio del Obispo y de nosotros mismos sus primeros colaboradores. Si queremos salir del decaimiento y recuperar el vigor religioso de nuestras iglesias, obispos y sacerdotes tenemos que volver a la disciplina estricta del seguimiento evangélico de Jesús, tenemos que reproducir con claridad la fuerza testimoniante de los tiempos apostólicos.

  • Del todo de Cristo en la Iglesia. No se puede definir la naturaleza y la misión del sacerdocio ministerial si no es dentro de un multiforme y rico conjunto de relaciones que brotan de la Santísima Trinidad y se prolongan en la comunión de la Iglesia, como signo e instrumento, en Cristo, de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano. Por ello, la eclesiología de comunión resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el Pueblo de Dios y en el mundo. La referencia a la Iglesia es pues necesaria, aunque no prioritaria, en la definición de la identidad del presbítero.

    En efecto, la Iglesia está esencialmente relacionada con Jesucristo: es su plenitud, su cuerpo, su esposa. Es el «signo» y el «memorial» vivo de su presencia permanente y de su acción entre nosotros y para nosotros. El presbítero encuentra la plena verdad de su identidad en ser una derivación, una participación específica y una continuación del mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote de la nueva y eterna Alianza: es una imagen viva y transparente de Cristo sacerdote. El sacerdocio de Cristo, expresión de su absoluta «novedad» en la historia de la salvación, constituye la única fuente y el paradigma insustituible del sacerdocio del cristiano y, en particular, de la vida del presbítero. La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de nuestro ser y nuestra vida sacerdotales. (Pastores dabo vobis, n. 12).

    Y este encuentro con Cristo nos lo ofrece sólo y siempre la Iglesia, la Iglesia una, santa y católica, la Iglesia de los Apóstoles, de los Padres, de los Doctores y de los Mártires. La Iglesia de los santos de todos los lugares y de todos tiempos es la que nos da de verdad a Jesús, la que nos hace a todos hermanos, la que nos encomienda esta misión excelsa de hacer presente en todas partes el sacerdocio de Jesús, por eso no la podemos sustituir ni equiparar por ningún grupo, por ninguna familia, por ninguna clasificación que nos separe y nos haga parecer mejores que los demás. No se puede ser del todo de Jesucristo, sin ponerse enteramente en manos de la Iglesia, del Obispo, de los Obispos y del Papa. No se puede servir la fe de los demás si no lo hacemos en nombre y en comunión con la Iglesia. Quien soy yo para decir cómo tiene que ser el cristianismo?

  • Hagamos presente esta hermandad y esta presidencia de Jesús entre los hombres y mujeres de carne y hueso, mediante el sacramento de la Eucaristía intensamente vivido, trabajemos para que la Eucaristía dominical sea realmente el encuentro de todos sus discípulos con el Señor, para escuchar su Palabra, para unirnos espiritualmente con El comiendo su carne y bebiendo su sangre, limpios de pecado y consagrados a Dios, ofrecidos a Dios en un sacrificio de amor y de obediencia, para hacer verdad en un abrazo de paz y en una convivencia de hermanos el don de la reconciliación y de la fraternidad universal.

    Hagamos que la Eucaristía dominical sea el cimiento de nuestra Iglesia y el fermento de un mundo nuevo y diferente construido día a día por los cristianos según la voluntad de Dios, Padre de todos los hombres. Una buena Eucaristía requiere varias horas de trabajo, estudio, oración, confesionario.

  • Dejemos a un lado los pequeños y vergonzosos pecados de nuestros egoísmos, de nuestras vanidades, de nuestras pretensiones y divisiones, que cesen las críticas, que se terminen las envidias, que se callen los pequeños resentimientos, que se calmen las falsas euforias de los personalismos y las amargas decepciones de las pequeñas ambiciones frustradas. En la convivencia de cada día, los mayores tenemos que ser benévolos y pacientes con los más jóvenes ayudándoles a madurar y a crecer en su ministerio sin decepcionarles ni transmitirles nunca sentimientos de desaliento o desconfianza. El Papa evoca con agradecimiento la persona de su primer párroco cuando comenzó a actuar como joven sacerdote.

    Pongamos por delante el amor del Señor, pongamos por delante el servicio apasionado al evangelio, pongamos por delante la necesidad espiritual de nuestras familias, la urgente necesidad de nuestros jóvenes, el desconcierto de tanta gente buena que necesita de nosotros y espera y tiene derecho a recibir de nosotros la palabra de Jesús, la experiencia de su amor y de su perdón, la urgencia y el aliento de su ejemplo, de su corrección, de su ayuda sincera, el consuelo y la fuerza de su esperanza. Venzamos las tentaciones de comodismo, de desaliento, de cansancio, que son siempre tentaciones de falta de amor y de confianza en el Señor, pongamos la vida entera en servir al Señor con entusiasmo y con alegría para que su Palabra ilumine la vida de nuestros feligreses y el ambiente de nuestros pueblos y ciudades, para que el Espíritu de Dios cambie los corazones de nuestra gente, para que nuestras parroquias y asociaciones sean fermento de un mundo nuevo, construido sobre el cimiento de la fe en el amor de Dios, un mundo en el que Dios sea reconocido y alabado como Padre de vida y fuente de esperanza eterna, un mundo en el que sea posible la justicia y la paz en el reconocimiento de la ley de Dios, Padre de todos los hombres.

    El Obispo con su Presbiterio, los Presbíteros con el Obispo, forman en la Iglesia la primera comunidad de creyentes, el primer núcleo de los discípulos de Jesús. Cuando después de la ordenación, el presbítero promete obediencia a su Obispo, el Obispo también queda comprometido a ser padre y hermano de cada uno de sus presbíteros. Ese amor se tiene que ver en la solicitud de unos por otros, en la obediencia común a la voluntad del Señor y a las necesidades del Pueblo de Dios, sin críticas, sin particularismos, sin reticencias de ninguna clase. Vivimos cerca unos de otros y por eso mismo el amor verdadero resulta a veces más difícil y más sacrificado. La santidad personal y la fecundidad religiosa de nuestro ministerio dependen en buena parte de esta unidad afectiva y efectiva entre el Obispo y los miembros del Presbiterio. Si nuestra vida es de verdad sacerdotal, tengamos en cuenta que nuestro sacerdocio exige la convergencia de todos en la unidad con Cristo que es la fuente de la unidad de la Iglesia, una unidad que la tenemos que construir y vivir nosotros, en la vida de cada día, con el amor y la obediencia.

    La vida y el ministerio del presbítero serán a la vez muy personales y muy eclesiales. Estrechamente unido al Obispo, el presbítero tendrá que presidir y animar la vida de varias comunidades, centrándose en las tareas esenciales e incorporando a su trabajo a otras personas, diáconos o laicos que quieran participar activamente en la misión apostólica y evangelizadora de la Iglesia. El ministerio del obispo y el de los presbíteros tendrá que estar inserto en una red de colaboradores que amplíen y sostenga la presencia y la acción evangelizadora de la Iglesia.

  • Nuestros fieles viven un poco angustiados al ver la creciente debilidad de la Iglesia en nuestra sociedad, y nos preguntan con frecuencia cómo será la Iglesia del futuro. No es fácil responder honestamente a esta pregunta, nadie puede saber lo que ocurrirá en el futuro. Sólo hay una cosa segura, Dios nos irá diciendo lo que tenemos que hacer por medio de las necesidades de los hermanos, por medio de las debilidades y las carencias de nuestra propia Iglesia. Fijándonos en lo que ahora está ya ocurriendo, vemos dos rasgos que cada vez aparecen como más necesarios.

    Cada vez son más escasos los signos de la presencia de Dios en el mundo, cada vez los hombres y mujeres son menos sensibles a estos signos que nunca pueden faltar del todo, por eso el sacerdote de los años próximos tendrá que ser cada vez más testimoniante, más discípulo, con una vida más evangélica, más parecida a la de Jesús, más imitador de la vida de Jesús con sus discípulos, dedicado a la oración y al anuncio del Reino de Dios, viviendo en pobreza, con desprendimiento de las cosas y de los bienes terrenos, desentendido de las oportunidades de la buena vida que ofrece nuestro mundo, un hombre de Dios, al servicio de todos, con austeridad monacal y generosidad de buen samaritano, signo viviente de la presencia y de la generosa bondad de Dios en el mundo.

    Por otra parte, en un mundo que se olvida de Dios, dominado por las ocupaciones y las ambiciones de la vida material, nuestro ministerio tendrá que centrarse cada vez más en el anuncio de lo substancial, el anuncio de la existencia, de la providencia amorosa de dios, el anuncio de su salvación que está en la persona histórica y concreta de Cristo. En este mundo de tantos silencios tenemos que volver a ser la voz potente del profeta que grita en el desierto la presencia de Dios.

    Nuestro ministerio tiene que ser cada vez más la palabra profética que descubre la presencia de Dios, que señala a Cristo como camino de vida y de salvación. No podemos dejar que nuestra vida se disgregue en mil solicitudes materiales sin vivir intensamente lo principal. Frente a la problemática de la sociedad y de la cultura contemporánea, tenemos que replantearnos seriamente nuestro estilo de vida y clarificar las prioridades de nuestro ministerio ante las nuevas necesidades de nuestros hermanos. El presbítero del tercer milenio será, en este sentido, el continuador de los presbíteros que, en los milenios precedentes, han animado la vida de la Iglesia. También en el dos mil la vocación sacerdotal continuará siendo la llamada a vivir el único y permanente sacerdocio de Cristo.

    Pero la vida y el ministerio del sacerdote deben también a cada época y a cada ambiente de vida. Entendiendo que “adaptarse” no es asumir las formas de vida de nuestro mundo, no es condescender con los gustos y exigencias del mundo, sino recuperar aquellas formas del ministerio de Cristo que mejor respondan a las necesidades y carencias de nuestros hermanos. Por ello, por nuestra parte debemos abrirnos a la iluminación superior del Espíritu Santo, para descubrir las necesidades espirituales más profundas de nuestra sociedad, determinar las tareas concretas más importantes, los métodos pastorales más eficaces y así responder de manera adecuada a las esperanzas humanas Cf Pastores dabo vobis, n. 4).

El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús, repetía con frecuencia el Santo Cura de Ars. Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma. El Papa nos invita a fortalecer nuestro corazón pensando en tantos presbíteros que con humildad repiten cada día las palabras y los gestos de Cristo a los fieles cristianos y al mundo entero, identificándose con sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo de vida. ¿Cómo no admirar y agradecer sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y oculto, su caridad que no excluye a nadie? ¿cómo no admirar y agradecer la fidelidad entusiasta de tantos sacerdotes que, a pesar de las dificultades e incomprensiones, perseveran en su vocación de “amigos de Cristo”, llamados personalmente, elegidos y enviados por Él? En esta hora tan exigente no nos faltan modelos cercanos y admirables que nos animan a vivir nuestro sacerdocio con la plena entrega de nuestras vidas.

Quiero incorporar aquí las palabras que el Santo Padre dirigió a los sacerdotes con ocasión de la fiesta de Navidad. Son unas palabras verdaderamente paternales que hablan de corazón a corazón.

«La oración ocupa necesariamente un sitio central en la vida del Presbítero. No es difícil entenderlo, porque la oración cultiva la intimidad del discípulo con su Maestro, Jesucristo. Todos sabemos que cuando ella falta la fe se debilita y el ministerio pierde contenido y sentido. La consecuencia existencial para el Presbítero será aquella de tener menos alegría y menos felicidad en el ministerio de cada día. Es como si, en el camino del seguimiento a Cristo, el Presbítero, que camina junto a otros, comenzase a retardarse siempre más y de esta manera se alejase del Maestro, hasta perderlo de vista en el horizonte. Desde este momento, se encuentra perdido y vacilante.

«San Juan Crisóstomo, comentando en una homilía la Primera Carta de San Pablo a Timoteo, advierte sabiamente: “El diablo interfiere contra el pastor. Esto es, si matando las ovejas el rebaño disminuye, eliminando al pastor, él destruirá al rebaño entero”. El comentario hace pensar en muchas de las situaciones actuales. El Crisóstomo advierte que la disminución de los pastores hace y hará disminuir siempre más el número de los fieles de la comunidad. Sin pastores, nuestras comunidades quedarán destruidas.

«Pero quisiera hablar aquí de la necesidad de la oración para que, como dice el Crisóstomo, los Pastores venzan al diablo y no sean cada vez menos. Verdaderamente sin el alimento esencial de la oración, el Presbítero enferma, el discípulo no encuentra la fuerza para seguir al Maestro y, de esta manera, muere por desnutrición. Consecuentemente su rebaño se pierde y, a su vez, muere.

«Cada Presbítero, pues, tiene una referencia esencial a la comunidad eclesial. Él es un discípulo muy especial de Jesús, quien lo ha llamado y, por el sacramento del Orden, lo ha configurado a sí, como Cabeza y Pastor de la Iglesia. Cristo es el único Pastor, pero ha querido hacer partícipe de su ministerio a los Doce y a sus Sucesores, por medio de los cuales también los Presbíteros, aunque en grado inferior, participan de este sacramento, de tal manera que también ellos llegan a participar en modo propio al ministerio de Cristo, Cabeza y Pastor. Esto comporta una unión esencial del Presbítero a la comunidad eclesial. El no puede hacer menos de esta responsabilidad, dado que la comunidad sin pastor muere. Como Moisés, el Presbítero debe quedarse con los brazos alzados hacia el cielo en oración para que el pueblo no perezca.

«Por esto, el Presbítero debe permanecer fiel a Cristo y fiel a la comunidad; tiene necesidad de ser hombre de oración, un hombre que vive en la intimidad con el Señor. Además, tiene la necesidad de encontrar apoyo en la oración de la Iglesia y de cada cristiano. Las ovejas deben rezar por su pastor. Pero cuando el mismo Pastor se da cuenta de que su vida de oración resulta débil es entonces el momento de dirigirse al Espíritu Santo y pedir con el ánimo de un pobre. El Espíritu volverá a encender la pasión y el encanto hacia el Señor, que se encuentra siempre allí y que quiere cenar con él. Junto al pesebre, el Niño Jesús non invita a renovar hacia El aquella intimidad de amigo y de discípulo para poder enviarnos de nuevo como sus evangelizadores».

por Mons. Sebastián

La Palabra del Domingo -25 de julio de 2010 - Mi cáliz lo beberéis

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biblia

Mateo 20, 20-28: Mi cáliz lo beberéis

20 Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo.
21 El le dijo: «¿Qué quieres?» Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino.»
22 Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?» Dícenle: «Sí, podemos.»
23 Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre.
24 Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos.
25 Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder.
26 No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, 27 y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; 28 de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.»

COMENTARIO

Ser discípulo de Cristo

La humana voluntad de los hijos de Zebedeo era, no debemos engañarnos al respecto, la que era: querían cierto tipo de mando, cierto poder que, a la vista de lo que habían vivido al lado del Maestro, sería grande.

Tampoco podemos decir que actuaran de forma distinta a cómo lo hubiera hecho otra persona. Sin embargo, lo más curioso del asunto es que no son ellos los que le piden a Jesús tener una situación, digamos, privilegiada sino que tuvo que ser su madre la que intercediera por aquellos a los que Jesús, por su ímpetu, llamara Boanerges (algo así como truenos o hijos del trueno)

A lo mejor creía la madre de Juan y Santiago que el Reino de Jesús iba a serlo de este mundo y por eso le pedía al Enviado que sus hijos se sentaran a su derecha y a su izquierda que era como pedir que compartieran su poder con ellos.

Sin embargo, como tal no era la realidad de las cosas se tendrían que conformar con la verdad:también tendrían que sufrir como sufriría Jesús.

Ellos, sin embargo, aceptan tal destino y, así, se hacen discípulos hasta las últimas consecuencias: dicen sí y aquel Fiat lo han de cumplir. De hecho, lo van a cumplir. Lo otro, la situación de cada cual en la eternidad es, como bien dice Jesús según lo tenga “preparado” su Padre.

Era de esperar que los demás discípulos se indignaran en contra de Juan y Santiagoporque ¡Cómo osaban aquellos dos pedir tal cosa sin consultarles! Y es que ya sabemos que la ambición desmedida es todo lo contrario a una virtud.

Pero el diálogo que Jesús mantiene con los que discutían acerca del poder y de lo que cada cual quería mandar les pone, por decirlo así, en el punto exacto de la doctrina cristiana y de lo que debe ser un discípulo de Cristo: servir y el servicio.

Seguramente aún no tenían claro qué es lo que tenían que hacer para seguir, con exactitud y fidelidad, a Quien les había enseñado tanto o, al menos, había intentado hacerlo. Por eso cuando desgrana aquella gran verdad que consiste en decir que quien ostenta el poder tiene tendencia a abusar del mismo les transmite qué deben hacer ellos.

¡Qué difícil seguir aquellas indicaciones de Jesús!: quien quiera ser el primero, sea el último y, entonces, sirva a los demás como él mismo lo haría lavándoles los pies en la cena previa a su Pasión (pues aquello que les decía era un aviso de lo por venir); quien quiera ser grande que sea esclavo de los demás…

Y, sin embargo, eso no lo decía por decir ni por hacer una frase bien hecha y que pudiera caer más o menos bien. Al contrario, como para certificar que lo que decía era importante se pone como ejemplo: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”.

Con tal expresión les daba a entender cuál debía ser su forma de actuar a lo largo del resto de sus vidas y cuál debería ser la principal doctrina a transmitir.

Al fin y al cabo, ser discípulo de Cristo es hacer como Él hizo o, como también se ha dicho, ser alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, el mismo Cristo.

PRECES

Por aquellos que no quieren llevar a sus vidas la que lo fue de Jesucristo.

Roguemos al Señor.

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a comprender el proceder de Tu Hijo para, al menos, tratar de imitarlo.

Gracias, Señor, por poder transmitir esto

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

Eleuterio Fernández Guzmán

viernes, 16 de julio de 2010

"Feminismo" católico

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Diferencias entre las justas revindicaciones de los derechos de la mujer, en función de la dignidad por ser persona, y la manipulación, que busca romper el orden natural
Autor: Olalla Gambra Mariné | Fuente: Revista Arbil


El gran fraude del "Feminismo"

Por "Feminismo" se entiende un movimiento social y político que postula la igualdad de los derechos de las mujeres y los hombres.

Comenzó con las sufragistas inglesas del siglo XIX, continuó defendiendo una educación equiparable a la que recibían los muchachos, un trabajo, un sueldo... En sí mismas, estas primeras aspiraciones no eran directamente contrarias a la fe ni a la moral católica. ¿Cómo es posible que hayan acabado pidiendo aberraciones tales como el derecho al aborto o a la esterilización?.

Desde el principio, todas las reivindicaciones tomaban como barómetro o punto de referencia los derechos del hombre: ¡Pedimos el derecho al voto como los hombres!, ¡un trabajo remunerado como el de los hombres!, etc. Según se iban logrando objetivos, se pedía más y más, hasta que se ha llegado a un punto en el que se entra en conflicto con la diferenciación sexual más obvia. La mujer rechaza la carga de la maternidad porque los hombres no la tienen. Reivindica su derecho a un embarazo optativo, a "ser dueña de su cuerpo", a desarrollar su personalidad y sus aspiraciones sociales y económicas, "a realizarse" como dicen, antes de ser madre. El movimiento feminista ha terminado por rechazar lo más característicamente femenino y por frustrar la vocación natural de la mujer.

De esta manera el "Feminismo" ha terminado por defender una doctrina mucho más machista que cualquiera de las culturas y sistemas ideados por los hombres. Así es, pues no existe mayor elogio que la imitación. Si una persona admira tanto a otra que trabaja y se esfuerza para llegar a parecerse a ella, y se hace violencia a sí misma para conseguir ponerse a la altura de su modelo, ¿no está dando la mayor prueba de admiración que existe?.


La mujer es diferente del hombre

En esta discusión se ha llegado a una confusión tal que es necesario empezar por establecer la definición de los términos.

El ser humano, en sentido general, se define como animal racional. Animal porque posee un cuerpo con necesidades materiales; racional porque posee un principio vital de numerosas facultades, que están o debieran estar subordinadas al más perfecto modo de conocimiento que tienen los seres materiales, el conocimiento racional.

Ahora bien, el ser humano como tal no existe, no es más que el nombre de la especie, que se singulariza o materializa de múltiples maneras, ninguna de las cuales constituye en su esencia al hombre. Una de esas concreciones accidentales es el sexo. Ya Aristóteles se preguntaba cuál es la importancia de esta característica para el ser humano. La respuesta que da en su Metafísica no puede ser más clara:

Las contrariedades que están en el concepto producen diferencia específica, pero las que están en el compuesto con la materia no la producen. Por eso del hombre no la produce la blancura y la negrura, y no hay diferencia específica entre hombre blanco y hombre negro... El ser macho y el ser hembra son ciertamente afecciones propias del animal, pero no en cuanto a su substancia, sino en la materia y en el cuerpo.

En otras palabras los sexos, como el color de la piel, son para él algo de la materia, no de la forma o de la esencia del hombre. Hombre y mujer cuentan con los dos elementos, cuerpo y razón, que los definen como seres humanos.

Sin embargo, al estar alma y cuerpo substancialmente unidos, nada tiene de extraño que el ser mujer u hombre conlleve diferencias accidentales en ambos elementos: la anatomía -y la simple evidencia- enseña que el cuerpo del hombre no es igual al de la mujer y que cada uno está capacitado para funciones muy distintas. Por su parte, de manera mucho menos probatoria y clara, basándose sólo en la estadística, la psiquiatría explica que los procesos mentales de la mujer y del hombre difieren, pero que ambos pueden llegar a las mismas conclusiones y desarrollo, pues aunque sean distintos sus métodos, poseen la misma capacidad.

El último término de esta controversia es la palabra "diferente". Quiere decir desigualdad, disparidad entre dos o más elementos. Pero no implica que uno sea mejor que otro. Es un adjetivo relativo, no cualitativo; sólo designa la no identidad de algunos aspectos accidentales entre hombre y mujer, pero no conlleva un juicio de valor sobre el sustantivo al que acompaña. Además, expresa una relación recíproca entre los dos términos: si uno es diferente de otro, éste será también diferente de aquél. En cambio, si uno fuera inferior a otro, éste no sería inferior a aquél.

Entender que la proposición "la mujer es diferente del hombre" es lo mismo que "la mujer es inferior al hombre" constituye un salto sofístico sin fundamento lógico. Este error que comete el "Feminismo" moderno, debiera llevarnos a dudar de la bondad de su fundamento.

Admitida, pues, la esencial identidad de hombre y mujer se entiende también la identidad de su fin o destino, que no es otro que la salvación. Este punto es fundamental para entender la postura de la Iglesia Católica en esta cuestión que, por su virulencia, ha dado en llamarse "la guerra de los sexos". Los Mandamientos de la Ley de Dios son comunes para todos los seres humanos, no existen los Diez Mandamientos del Hombre ni los Diez Mandamientos de la Mujer; son los mismos y han de obedecerse cada uno en su estado y condición. Las Bienaventuranzas, las Virtudes y los Vicios, el Cielo y el Infierno son los mismos para ambos sexos. Ante el Juicio de Dios, los hombres y las mujeres son iguales.


Deber de estado

Sin embargo, cada uno debe perseguir el mismo fin útimo según su vocación y según las condiciones que Dios le ha dado. En otras palabras, cada cual tiene que atender a su deber de estado. ¿Qué tiene que ver con esto la diferencia sexual? Si no me equivoco, tal disparidad, desde el punto de vista de la doctrina católica estricta, sólo tiene que ver con la vocación religiosa y con el matrimonio. En lo demás la Iglesia no parece meterse: que una mujer quiere ser general de carabineros, albañil de primera o levantadora de pesos en una feria, allá ella. Con tal de que se guarde la decencia necesaria no pone más inconvenientes la doctrina cristiana más inconvenientes que los que ofrecerá la propia naturaleza.

El auténtico problema reside en el matrimonio y en la familia que es donde se plantea con toda su crudeza la llamada "guerra de los sexos". Ahí es donde se confluyen todos los factores arriba enumerados, hasta que por remota influencia marxista se ha acabado por concebir la complementariedad matrimonial como enfrentamiento similar a la lucha de clases.

Y para concebir adecuadamente el problema que a diario viven los matrimonios, entre el trabajo de los cónyuges, o de uno de los dos, fuera de casa y las tareas domésticas, creo que basta con enunciar el principio fundamental al respecto: nadie está obligado al matrimonio, pero una vez casados su obligación de estado ya no es la de la profesión, sino la que se sigue de su condición de casados (a no ser que un bien mayor exija otra cosa).

Esto se complementa con otra idea muy contraria al espíritu moderno: el éxito personal entendido como reconocimiento público de la labor individual es ilícito perseguirlo por sí mismo, y más aún en el caso de que ello perturbe el fin de los casados.

Para entender esta doctrina, que podría servir de fundamento a un "Feminismo" cristiano, no es malo recordar por qué, con independencia de las corrientes hoy jaleadas por los medios de comunicación, la familia y dentro de ella las tareas de procreación y educación de la prole deben prevalecer sobre los intereses individuales de los cónyuges.


La familia, célula de la sociedad

Uno de los principios fundamentales de la doctrina tradicional es el de defender la supremacía de la sociedad sobre el Estado que suele resumirse en el conocido lema "Más Sociedad y menos Estado". El Estado no es más que la organización de la sociedad y debe servirla, no al revés. Queda así reconocida la primacía natural del hombre sobre el Estado.

A su vez, el hombre, que es un ser sociable, ordena sus relaciones en varios órganos o cuerpos intermedios a partir de la familia. Es en la familia donde se forman los individuos que integran la sociedad y el Estado. Es decir, la familia es la base de la sociedad y de toda su organización, incluyendo, en último término, al Estado.

Si la familia juega ese papel fundamental en la sociedad, entonces, siguiendo el orden natural establecido por Dios, la doctrina tradicional reconoce la importancia de la mujer. Por obvias necesidades primarias es la madre la que está más cerca del hijo en los primeros años de vida. Y todos los psiquiatras, psicólogos y pedagogos coinciden en afirmar que estos primeros años son decisivos en la vida de cada persona. Es el período en que se adquieren las nociones generales del mundo en el que han de vivir, cuando se aprenden unos principios morales básicos según los cuales se ordenará la educación y se adquieren unos primeros hábitos con los que se conformará la personalidad del hijo.

Durante estos primeros años que se pasan en el hogar se ponen los fundamentos de toda educación de cada individuo que el día de mañana integrará la sociedad y el Estado. Los niños de hoy son el futuro de cada nación. Es decir, la educación es una cuestión fundamental para la sociedad y el estado. Así lo afirma cualquiera al que se le pregunte, y de hecho, ésta es la razón de que los programas educativos sean uno de los puntos de debate constantes en los programas políticos.


Falta de valoración social

Sin embargo, el educador, el responsable de esa importante tarea, no recibe esa consideración. Los mismos que reconocen la importancia de la educación afirman poco después que la mujer debe ser rescatada de la esclavitud que supone ocuparse de la formación de sus hijos. No se dan cuenta de que caen en una flagrante contradicción: la educación y formación es una labor necesaria y excelsa pero la mujeres que se dedican a ello son despreciadas por la sociedad. Algo tan absurdo como si pretendiéramos llegar justo a tiempo de salvar a un príncipe de ser rey o a un obispo de ser Papa.

¿Por qué es valorada una profesora que enseña un área especializada de conocimiento a muchos alumnos unas horas a la semana y en cambio, esa misma mujer cuando dedica muchas más horas a la formación integral de su hijo sobre todos los aspectos de la vida sólo recibe desprecio, más o menos velado? Y no digamos en el caso de las madres que no trabajan fuera de casa.

El criterio nace en parte de razones económicas, pero sobre todo en la búsqueda del éxito: la mujer que tiene una profesión fuera de casa recibe un salario y cómo tal, es tomada en consideración por la sociedad. En cambio, las horas que dedica a su familia no las remunera nadie y no cotizan en la Seguridad Social, por tanto la sociedad no las valora. Y lo grave es que no sólo la sociedad, sino ella misma sólo se "siente realizada" cuando desempeña su profesión y todo el tiempo que emplea en sus obligaciones como madre y esposa y ama de casa le parecen horas robadas a su verdadera función.

Las causas de esta alteración de valores son múltiples: entre ellas, la ñoña conciencia romántica que en el siglo XIX (del que nada bueno ha salido) hizo de la mujer un objeto débil, decorativo y algo tonto. A ello se unió en esa misma época la transformación social que produjo la concepción política que centralizó todo el poder en manos de un todopoderoso Estado. La educación estatalizada llevada a cabo contra la Iglesia y las prerrogativas de los padres, el trabajo asalariado propio del capitalismo, la valoración suprema del éxito individual nacida de la sociedad protestante; todo ello contribuyó a despreciar las tareas propias del hogar y a la vocación familiar.

De todas estas obligaciones el hombre se liberó creyendo que con traer el salario a casa y mantener económicamente a la familia ya cumplía con sus deberes de estado. Además, todo el tiempo que no dedicaba a su profesión, procuraba emplearlo en cultivar una vida social completamente ajena al entorno familiar.

Quizá el ejemplo más expresivo sean los Clubes ingleses del XIX... No es simple casualidad que precisamente en la Inglaterra del XIX donde triunfó el movimiento Feminista, que utilizó como pretexto el derecho al voto de las mujeres. Si el hombre había podido liberarse de todas esas tareas que él mismo había conceptuado de denigrantes, la mujer reclamaba el mismo derecho: los hijos quedaban a cargo de institutrices o de internados, la casa la atendía el servicio -naturalmente, esta "liberación" sólo podían conseguirla los que tenían recursos económicos suficientes- y los cónyuges quedaban libres para "realizarse" y cultivar sus intereses, cada uno por su lado. La sociedad se horrorizó de los resultados de su propia actitud: el desprecio de las obligaciones que conlleva el matrimonio conducía irremediablemente a la destrucción de la familia. De ahí la reacción airada de los políticos y de los prohombres de la Inglaterra del XIX.


"Feminismo" católico

Contra estos valores y usos sociales erróneos, el "Feminismo" se propuso como la solución.

Desgraciadamente el término feminista está tan corrompido que todo el mundo lo asocia con esas reivindicaciones antinaturales y contrarias a la moral que terminan necesariamente en el rebajamiento de todo aquello que es característico de la mujer. Es decir, la solución es peor que el problema.

Todos los que no están de acuerdo con exigencias tales como el aborto, rechazan esa postura extrema, pero se contentan con un "Feminismo" aguado, sin base doctrinal definida. Es ese "Feminismo" vergonzante, pues ni siquiera admiten la etiqueta de "Feminismo", que se limita a celebrar el "Día de la Mujer trabajadora" -el 8 de Marzo- o exigir un porcentaje de candidatas femeninas en las listas de los partidos -lo cual en realidad es denigrante, pues ocupan esos puestos por ser mujeres, no porque sean capaces de desempeñarlo: un recurso propagandístico más - y que contabiliza como éxito importante el lanzar una campaña de carteles con el lema "A partes iguales".

Estas dos versiones del "Feminismo" son incorrectas, aunque en distinto grado, pues la extrema es activa, la intermedia es pasiva.

Pero debe existir una respuesta correcta a este problema. Y es una tercera postura, que aún no está articulada como tal, incluso ni siquiera tiene nombre y que, provisionalmente, podría llamarse "Feminismo" católico o tradicional.

Este "Feminismo" Católico consiste en aplicar el principio cristiano de igualdad entre ambos sexos a la sociedad, poner en práctica la doctrina de la Iglesia Católica. Debe centrarse en defender a la familia, pues ha sido el objeto principal de los ataques, tanto por parte del desprecio de una sociedad individualista y economicista, como por parte del "Feminismo" extremo que rechaza la maternidad y las obligaciones que conlleva, porque precisamente ésa es la característica que diferencia a la mujer del hombre.

Por tanto, es necesario desterrar todo ese desprecio social, comenzando por los complejos inconfesados de las propias mujeres. Dos caminos deben seguirse: el primero consiste en reivindicar y difundir la valoración positiva de la maternidad, la dedicación a la formación los hijos y las tareas del ama de casa en la sociedad actual; y el segundo, en transmitir estos mismos valores católicos a los niños y jóvenes de hoy, que serán la sociedad del mañana.

La relevancia de esta defensa sólo se calibra adecuadamente si se tiene en cuenta que la consecuencia inmediata de la denigración de la institución familiar es la desaparición del orden social católico.

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