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sábado, 7 de agosto de 2010

HOMILIA: Domingo XIX del tiempo ordinario. Ciclo "C"

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EL TESORO DE LA FE

La Fe es un don de Dios. Es cierto. La Fe es una virtud. También es cierto. La Fe es un acto de la voluntad. Cierto también. Pero la Fe es, además, de acuerdo a las Lecturas de hoy, una actitud muy inteligente, porque por medio de la Fe recibimos por adelantado lo que esperamos poseer. ¿Que ... cómo es esto?

Nos dice San Pablo en la Segunda Lectura:“La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven” (Hb. 11, 1-2.8-19). Y ¿qué es lo que esperamos? Nada menos que el Reino de Dios. Y eso tendremos ... si creemos ... y si actuamos de acuerdo a esa Fe. Jesús mismo nos lo ha prometido al comienzo del Evangelio de hoy:“No temas, rebañito mío, porque mi Padre ha tenido a bien darte el Reino” (Lc. 12, 32-48).

En las Lecturas de este domingo vemos, entonces, la conexión entre la Fe y la Esperanza. Esperamos porque creemos, ya que lo que esperamos no lo vemos ... al menos no claramente. Por la Fe creemos, entonces, en lo que no se ve. Creemos en lo que, sin comprobar, aceptamos como verdad. Creemos, además, en lo que esperamos recibir en la Vida que nos espera después de esta vida, aunque no lo veamos y aunque no lo podamos comprobar.

Es decir, por la Fe podemos comenzar a gustar desde aquí lo que vamos a recibir Allá. Podemos comenzar a recibir por adelantado lo que luego tendremos en forma perfecta. Podemos comenzar a disfrutar en forma velada lo que se llama la “Visión Beatífica”, el ver a Dios “cara a cara” (1 Cor. 13, 12), “tal cual es” (1 Jn. 3, 2). De allí que la Iglesia Católica se atreva a decirnos en el Nuevo Catecismo: “La Fe es, pues, ya el comienzo de la Vida Eterna” (CIC # 163).

“Ahora, sin embargo, caminamos en la Fe, sin ver todavía” (2 Cor. 5, 7), y conocemos a Dios “como en un espejo y en forma opaca, imperfecta, pero luego será cara a cara. Ahora solamente conozco en parte, pero entonces le conoceré a El como El me conoce a Mí” (1 Cor. 13, 12-13). (cf. CIC #164)

Hay que vivir en Fe, aunque por ahora no podamos ver claramente, sino en forma opaca, imperfecta. A veces la Fe puede hacerse muy oscura. Puede ser puesta a prueba. Las circunstancias de nuestra vida pueden tornarse difíciles y entonces lo que creemos por Fe y lo que esperamos por Esperanza, podría opacarse, podría hasta esconderse. Es el momento, entonces, de afianzar nuestra Fe.

De allí que mucha gente exclame ante ciertas situaciones: ¿Cómo se puede vivir sin Fe? ¿Cómo hubiera hecho si no tuviera Fe?

Sabemos que la Fe es un regalo de Dios. Y eso significa que tenemos toda su ayuda para que creamos en lo que esperamos y para que nuestra Fe no desfallezca nunca, aún en medio de las más complicadas situaciones.

Entonces nos toca imitar la Fe de la Santísima Virgen María que tuvo Fe en el momento increíble, pero gozoso, de la Anunciación. Y esa Fe suya no desfalleció jamás, ni siquiera en los momentos más dolorosos del sufrimiento de su Hijo, ni en el momento de su ausencia cuando lo colocó en el sepulcro.

Nuestra Fe tiene que ser como la de la Virgen. La Fe no puede ser una actitud momentánea o de algunos momentos. La Fe no puede ir en marcha y contra-marcha. La Fe tiene que ir acompañada de la perseverancia ... hasta el final. Bien lo dice Jesucristo en el Evangelio de hoy: “Estén listos con la túnica puesta y las lámparas encendidas ... También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre” (Lc. 12, 32-48).

Es seria esta advertencia del Señor, a la hora que menos pensemos vendrá Jesucristo, bien porque nos llegue el día de nuestra muerte, bien porque El mismo venga en gloria a juzgar a vivos y muertos. Y tenemos que estar preparados. Tenemos que vivir cada día de nuestra vida en la tierra como si fuera el último día de nuestra vida. Es la recomendación de ese gran Santo de la Iglesia, San Francisco de Sales.

En el Evangelio, además de las advertencias mencionadas, el Señor nos propone una parábola relativa a ese requerimiento de perseverancia y de preparación constante que debemos tener. Nos habla de dos administradores: uno honesto y diligente, y otro descuidado y desleal. Nos dice que será dichoso aquél a quien el jefe lo encuentre cumpliendo su deber. Pero el otro, el incumplido, parrandero e irresponsable, “recibirá muchos azotes”, porque, conociendo la voluntad de su amo, no la cumplió.

Y luego Jesucristo hace la salvedad con respecto de aquéllos que, sin conocer la voluntad de su amo hacen algo digno de castigo. Y nos informa que ésos también recibirán azotes, pero serán pocos. ¿Qué significa esto?

Jesús está refiriéndose al conocimiento que podemos tener los seres humanos sobre lo que es bueno y lo que es malo. Los que no saben lo que es la Voluntad de Dios, lo que es la Ley de Dios ¿por qué serán castigados también? Nos dice que recibirán poco castigo, pero también serán castigados.

Veamos ... Todo hombre o mujer sabe por su conciencia lo que es bueno y lo que es malo. De hecho lo que llamamos “conciencia” es la conexión que hay entre la Ley de Dios y nuestros actos. Y esa Ley de Dios está inscrita en el corazón de cada uno de nosotros. Es lo que se llama “Ley Natural”. La “conciencia” es, entonces, la aplicación de esa “Ley Natural” -que Dios ha inscrito en cada corazón humano- a los pensamientos, palabras y obras que realizamos los seres humanos.

Ahora bien, el hecho de que tengamos una “conciencia”, no hace que esa conciencia sea necesariamente correcta. ¡Es un error pensar así! Podemos tener una conciencia correcta o podemos tener una conciencia equivocada.

La conciencia equivocada es aquélla que, por ejemplo, considera que es permitido robar o fornicar. Como la conciencia nuestra se va formando por demasiadas informaciones contrapuestas -desde una propaganda en televisión inmoral o una noticia mal interpretada, hasta una Encíclica del Papa- es fácil ver cómo nuestra conciencia es capaz de errar. Todo esto para decir que nuestra conciencia no siempre es infalible.

El caso que menciona Jesús en el Evangelio de hoy podría ser el de una conciencia, que sin llegar a ser totalmente errónea, podría ser catalogada como una conciencia “laxa”. Este tipo de conciencia es aquélla que es permisiva, que juzga como no tan ilícito lo ilícito, o como leve lo que es grave.

Y ¿cómo puede llegarse a esto? Pues la persona comienza por permitirse faltas no muy graves, con lo cual va haciendo que su conciencia se haga algo insensible a ciertos pecados. También puede ser que lleve una vida muy mundana, frívola y sensual, o que haya descuidado la oración y los Sacramentos. La lujuria, por ejemplo, es un gran oscurecedor de la recta conciencia.

De allí que toda persona tenga la obligación de formarse una conciencia recta que esté de acuerdo a la verdad y a la Ley Divina, y no dejar que su conciencia se haga “laxa” o se desvíe completamente hacia el error.

¿Cómo lograr esto? Haciendo todo lo contrario a lo que son causas de una conciencia “laxa”: Evitar la mundaneidad, la frivolidad, la sensualidad. Evitar la lujuria. Orar con perseverancia y llevar una vida sacramental frecuente. Como mínimo la Misa de los domingos, pero no limitarnos a ese requerimiento.

http://www.homilia.org/

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